Hace dos meses decidí montarme en este toro, sin garantías, pero con la certeza de que debía que intentarlo. Me lancé, y aunque la resistencia me acompaña, una resistencia que siento más como un tema de flujo, energía y velocidad, sigo aquí. Esta energía me recuerda a un niño hiperactivo, ansioso, que no para de moverse. Yo, en cambio, soy tan de fluir, tan de ir a mi ritmo, que en esta dinámica empresarial siento que siempre voy tarde, corriendo tras algo que parece escaparse.
Hay frases que despiertan mi lado más Mrs Jenkins (sí, esa violenta interior que trato de domesticar):
"Trata de descansar".
"Un día a la vez".
¿Descansar? ¿Cómo? Si tomo mi rutina a pellizcos, entre responsabilidades, y apenas me permito respirar sin exigirme más de lo que ya lo hago. ¿Un día a la vez? Imposible. Aquí los días no se viven así. Este mundo, con el "YA" respirándome en la nuca, no me da tregua. Pero sigo avanzando, a mi manera, tomando pequeños momentos para mí, porque no pienso dejarme consumir.
Este mundo empresarial es una jungla. Una amiga me sugirió elegir un animal de poder para sobrevivir. "Cualquier cosa menos una cucaracha," me dijo, riéndose. En esta selva, he aprendido que la autenticidad y la vulnerabilidad incomodan. Hay códigos no escritos el "jajaja" y el "jijiji" de las apariencias bien estructuradas, que gobiernan, y quienes se salen de ellos son vistos como extraños. Otra amiga me dijo ayer: "Somos como dos alienígenas, sorprendidos por comportamientos absurdos y fuera de tono." En esta jungla, cada quien tiene su ley y su verdad, y yo intento encontrar la mía sin perderme en el ruido.
Y en medio de todo esto, sigo soñando. Sigo creando. Tengo proyectos que quiero ver nacer, trabajos que deseo realizar. Pero también tengo momentos de quiebre: sentarme en las escaleras de mi patio, llorando a mares, preguntándome cómo mi mamá pudo con tanta presión. Mi coach me sugirió llorar cinco minutos al día, y me ha servido. En medio del piloto automático del trabajo, permitirme sentir ha sido mi salvación.
Curiosamente, estoy viendo una serie de vampiros, y en ella cuentan que estos pueden suprimir sus emociones para "vivir" su eternidad. Yo no reprimo las mías. Siento todo, intensamente, como un torbellino que me mantiene despierta, viva.
Sin embargo, empieza a aparecer la luz al final de esta tormenta. Veo señales: planes, proyectos y caminos que se arman para materializarse. He decidido probar algo nuevo. Primera señal: iniciar gimnasio, aliada con una amiga. Si este mundo es demandante, no pienso firmar mi sentencia de muerte.
La semana pasada, mi lista de pendientes tenía 60 ítems. Hoy tiene 13. Los días se desdibujan entre reuniones, tareas administrativas, facturación y pequeños espacios para leer, estudiar y respirar. ¿Cómo es posible que alguien haga esto todo el tiempo? Mi papá lo llama "embotamiento," y no puedo estar más de acuerdo.
¿Recuerdan ese documento de 213 páginas? Lo terminamos el 3 de diciembre. Cuatro días intensos de trabajo y una semana completa de esfuerzo lo redujeron a 89 páginas claras y visuales. Aprendí dos cosas importantes: la importancia de los términos y condiciones en los contratos empresariales, y cómo se debe crea un entregable cuantitativo que permite tomar decisiones.
En mi marca ya tengo algo similar: mi "ruta de trabajo," un documento donde plasmo deberes y derechos. Ahora no sé cómo se hace para las empresas, pero si tú sabes me cuentas.
¿Y mi marca? Sé que te lo preguntas. He decidido integrarla a GP Meraki, dentro del grupo Meraki y 3C. Es un experimento, como todo en mi vida. Ya veremos qué pasa.
Por ahora, me concentraré en el "melao" de retener talento. Aunque "retener" suena a romance tóxico, mi intención es otra: no retener desde el control, sino desde el encanto, el enamoramiento, la conquista genuina.
El camino sigue, y yo sigo haciéndolo mío. Porque aunque aún me parece extranjero, estoy aprendiendo a habitarlo, a crear en él, a sentir que pertenezco.